Némirovsky triunfó con este relato sobre la venganza de una adolescente (Francia en 1930 y en castellano en 1986). Instalados el lujoso París, los Kampf poseen todo lo que se puede comprar, excepto el reconocimiento de la alta sociedad francesa.
El Baile de Irène NémirovskySalamandra, Barcelona, 2006
94 págs.
Traducción: Gema Moral Bartolomé
Relato breve e intenso. La autora utiliza un lenguaje directo y sencillo para describir la sociedad parisina de principios del siglo XX en la que los nuevos ricos se disputaban los primeros puestos y los títulos nobiliarios de las casas venidas a menos.
El personaje central es una adolescente que muestra al lector el conflicto permanente propio de esa edad: el deseo del aún niño que precisa del cariño y las atenciones de los padres y el empuje biológico hacia el otro sexo que señala la nueva dirección de la vida, el anhelo del amor.
De fondo el tema de la educación de los niños y sobre todo, de los jóvenes adolescentes. La autora presenta en apenas cien páginas las consecuencias que se siguen de una educación inadecuada. Los padres que se dirigen a su hijo o hija con dureza excesiva, que no le tratan con la dignidad propia del ser humano, que le enseñan a vivir en la falsedad de mostrar a los demás, incluso a los más próximos, que son lo que no son, serán los que van a sufrir en primer grado las consecuencias.
La educación del joven debe perseguir la meta de la autenticidad. La adolescencia es complicada en sí misma. No se ha dejado de ser niño afectivamente, de depender de la estabilidad de los padres, cuando se sufre una convulsión interna con las exigencias de un cuerpo sometido a la revolución hormonal. El o la joven llegarán a la madurez si atraviesan este océano en agitación ligeros de equipaje. Si no se les pide que vivan con los condicionamientos sociales propios de los adultos. Si se les enseña a ser lo que son, a aceptarse como son, a aceptar sus propios fallos y los demás mediante el bálsamo del perdón a sí mismos y a los errores de los demás. No pasa nada por admitir que nos equivocamos o que los demás se equivocan, porque por debajo de todo subsiste el cariño y la comprensión.
Corregir a un hijo es parte de la tarea. Corregir, pero no exasperar. Corregir porque buscamos al adulto que nos encontraremos al final del proceso educativo. Corregir porque buscamos la adecuación del hijo o de la hija a un mundo que precisará de su contribución para ser mejor. Queremos hijo que contribuya con su trabajo a una sociedad más justa y más solidaria. Por eso corregimos: para enseñar a nuestro hijo a ser diligente, trabajador, honrado, solidario…
Otra cosa sería torturar a nuestro hijo o hija imponiéndole que no diga o que no haga aquello que perjudicaría nuestra imagen en la sociedad. En este caso le estaríamos enseñando que lo único importante somos nosotros, los padres, y nuestra imagen. El hijo pasa a segundo término. Está en función de los objetivos sociales o económicos del padre aunque se adorne el lenguaje diciéndoles que es por su "día del mañana". El adolescente percibirá que no se trata de su vida. Que se trata de la vida de sus padres. Se sentirá desplazado y alejado del mundo afectivo de los progenitores. Y ese dolor producirá un desgarro, una reacción de consecuencias impredecibles. Y si no, léase la novela de Irène Nèmirovsky.
El sobrino de Atilano Nicolás
1 comment:
Oye, amigo, tengo dos artículos para Aragón Liberal. Uno ya está en mi blog y el otro te lo puedo mandar por e-mail.
Un saludo.
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