
La infancia es un momento en el que hay una especial claridad para ver el bien y el mal, y también para hacer planteamientos radicales. Es algo estupendo porque al mismo tiempo se aprende a vivir admirando la gran belleza de lo bueno y porque la autoridad y la vida de los padres con criterio facilita ir incorporando, sin alterar la claridad de ideas, los matices.
El momento trágico es el que descubre el mal, lo saborea y se emponzoña. En ese momento hay que pasar por el fregadero. Los católicos tenemos la suerte de la confesión, pero esas manchas hacen perder la inocencia de la infancia siempre.
Pero en la novela de Chappell, el protagonista es todavía un niño que goza de una familia maravillosa, eso sí, con una multitud de tíos por parte de su madre, cada cual más peculiar; con un padre bromista, alegre y cómplice de sus juegos y un ambiente rústico en el que tiene gran espacio para sus juegos y travesuras.
Quizá en alguno de sus relatos cortos introduce los sueños no de un modo muy logrado, como cuando habla de la barba del tío Gurton, ya que lo habitual en sus escritos no es que el padre del protagonista comparta y viva sus imaginaciones infantiles al mismo nivel.
También hay un aire de frivolidad inocente, la del padre de Jess, en la que subyace el carácter del protagonista y sus recuerdos de infancia en Carolina del Norte
Título: Me voy con vosotros para siempre
Autor: Fred Chappell
Libros del Asteroide, Barcelona 2008
Traduce Eduardo Jordá
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